¿Quién era Frida Kahlo?

Ni musa ni ‘mujer de’, un icono del arte del siglo XX

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Todos los dualismos, y hasta los antagonismos, caben en el nombre de Frida Khalo; todos la definen, pero aislados la fragmentan. “Soy la desintegración” llegó a escribir la pintora mexicana en las últimas páginas de su diario íntimo. Su obra a menudo es devorada por el mito y la leyenda.

André Bretón dijo que su arte era como “una bomba envuelta en un lazo”; Picasso le comentó a Diego Rivera: “Ni tú ni yo pintamos los ojos como ella”. Chavela Vargas describió poética y amorosamente sus cejas como “una golondrina en pleno vuelo”. El escritor mexicano, Carlos Fuentes, la describió como “una diosa azteca, quizás Coatlicue, la madre envuelta en faldas de serpiente, exhibiendo su propio cuerpo lacerado y sus manos ensangrentadas como otras mujeres exhiben sus broches”…

El muralista mexicano por excelencia, marido de Frida y uno de sus ‘dos accidentes’ dijo: «Frida es ácida y tierna, dura como el acero y delicada y fina como el ala de una mariposa. Adorable como una bella y profunda sonrisa y cruel como la amargura de la vida», incluso llegó a decir, seguramente convencido de que era un halago (la cursiva es mía), que “Frida es la pintora más ‘pintor’ que conozco”.

Pero, sin duda, una de las definiciones más lúcidas es la de su amiga y fotógrafa Lola Álvarez Bravo, sin la cual hoy no conoceríamos su obra: “Fue la única artista que se dio a luz a sí misma”. Una afirmación que, más allá de la literalidad que plasma el cuadro al que alude, se lee metafóricamente desde su aportación indiscutible a la historia del arte, que la ha convertido en un icono indiscutible.

Por encima de definiciones y etiquetas, su arte exploró la dualidad del YO creativo a partir de un sincretismo cultural de múltiples influencias y a través de la técnica de la autobiografía pictórica nutrida por corrientes como el expresionismo, el surrealismo, el estridentismo mexicano, el primitivismo y la mexicanidad, aglutinados por una visión muy personal y transgresora del arte, que sigue resultando moderna y muy actual a nuestros ojos.

Como icono de la cultura de masas, fascinaba (y fascina) su persona o, mejor dicho, el personaje que ella misma se creó a medida. Su máscara. Su leyenda. Más allá de los clichés, su arte no deja indiferente a quien lo contempla, a favor o en contra.  ¿No es eso el arte? Una sacudida, un destello de lucidez, un hachazo a las ideas preconcebidas o una flecha al corazón. O, como decía María Zambrano: «El arte es el empeño por descifrar la huella dejada por una forma perdida de existencia.»

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